martes, 24 de junio de 2008

Hablemos seriamente sobre uniones homosexuales

Con la aprobación de una nueva legislación en el Estado de California, se ha reabierto una antigua discusión en materia de matrimonios homosexuales. ¿Es producto del reconocimiento de la realidad hecho por la legislación de una sociedad más desarrollada que la nuestra? ¿O se trata de una legislación aberrante que ampara una desviación enfermiza?

Hoy por hoy nuestro país no parece preparado para una legislación de tal naturaleza, sobre todo considerando que discusiones que han sido superadas en países del primer mundo hace por lo menos 20 años, recién han sido discutidas, como en el caso del divorcio vincular, o son de una patética actualidad, como el caso de los anticonceptivos de emergencia.

Para proceder al análisis dividiré el tema en dos aspectos, uno que considera las relaciones mutuas entre los convivientes homosexuales, y otro relacionado con sus vínculos con terceros. En el primero de los aspectos, me parece que es absolutamente necesaria la existencia de una legislación que regule los aspectos patrimoniales de las uniones homosexuales. La homosexualidad es una realidad, moleste a quien moleste, y como tal debe ser reconocida por la legislación, ya que no existe peor defecto que se pueda achacar al derecho que el de oponerse a la realidad social. Es una realidad que existen relaciones homosexuales, y que tal relación de pareja puede prolongarse en el tiempo, y que durante esa convivencia pueden quienes forman la pareja adquirir bienes, contraer obligaciones, todo en común ¿Que pasa si uno de ellos muere y tiene las cosas a su nombre? ¿Que ocurre si deciden poner término a su convivencia y existen bienes comunes, del mismo modo que en una relación heterosexual? Nuestra realidad nos indica que quedan en la más completa indefensión. Es necesaria una legislación que reconozca la realidad de las uniones homosexuales para efectos de producir efectos patrimoniales, personales y sucesorios. los tres efectos señalados anteriormente son tres de cuatro efectos propios de lo que es el matrimonio. El cuarto es aquel que podría ser más controversial, y el cual ya no produciría tanta aprobación entre el común de la población: se trata de los efectos en materia de filiación. Efectivamente, uno de los grandes inconvenientes de llamar matrimonio a la unión homosexual es que el matrimonio produce efectos en materia de filiación, y uno de los tipos de filiación que reconoce la ley es la filiación adoptiva. ¿Es lícito que una pareja homosexual adopte hijos? Esa es la gran piedra de tope. Incluso en nuestra legislación se permite que personas solteras adopten. ¿Por que no los homosexuales? muchos dirán al unísono que de un niño adoptado por homosexuales necesariamente se debe esperar lo peor, pero ¿es que acaso el 99% de los asesinos, ladrones, sicópatas, violadores, agresores de menores, etc. no han sido hijos de parejas heterosexuales, o de una familia monoparental? Ser hijo de una pareja heterosexual no asegura nada, el hijo puede ser un asesino, un criminal o un agresor de menores. Además, ser hijo de heterosexuales no asegura heterosexualidad ¿por qué entonces ser hijo de homosexuales necesariamente dará como resultado un hijo homosexual? se afirma además sin ningún tapujo que el mundo homosexual es excesivamente promiscuo ¿y que ocurre con aquel hombre que cuenta con orgullo que tiene sexo con una o más mujeres distintas por semana? Nuestra sociedad mentalizada en la edad de piedra considera aquello como una virtud, sin reparar que eso es tan promiscuo como la conducta que pueda tener un homosexual que tiene muchas parejas sexuales. La diferencia es el nivel de reproche social entre una y otra conducta.

Otro motivo que hace muy difícil la existencia de una adecuada legislación en materia de uniones homosexuales, es la excesiva influencia de la iglesia en materias temporales. Aún existen parlamentarios, políticos, jueces y miembros de Tribunales Colegiados (como el lamentablemente famoso Tribunal Constitucional) cuyo pensamiento y opinión se encuentran maniatados por el pensamiento inquisidor, hipócrita y negacionista de la Iglesia. El conservadurismo religioso de un cierto sector de la clase dirigente chilena, pequeño en número pero grande en poder, impide toda posibilidad de otorgar a tan sensible sector de la sociedad las reivindicaciones a que aspira y merece.

Podemos estar contentos o descontentos con la existencia de una realidad homosexual, pero ello no cambia en absoluto el hecho de que ésta está ahí, y debe ser reconocida por la autoridad, sobre todo considerando que la homosexualidad no es una enfermedad, no es un delito, no es un pecado, es una opción sexual distinta, que debemos respetar, aun más considerando que todos los argumentos que se puedan esgrimir en contra de su reconocimiento suelen no pasar más allá de la burla vulgar, del prejuicio injustificado, del temor ignorante o del fanatismo ciego.

Una sociedad justa es una sociedad tolerante. Una sociedad tolerante es una sociedad inclusiva, donde todos tienen un lugar, una voz y un cuerpo de derechos y obligaciones.

Todos los males que les podamos achacar a las parejas homosexuales son perfectamente aplicables a las parejas heterosexuales, tanto en sus relaciones mutuas como respecto de sus hijos, así que no existe ningún argumento racional, basado en la razón o la experiencia, que permita señalar que existen vicios o defectos exclusivos de las parejas homosexuales.

Valoremos al ser humano por ser tal, no por sus preferencias ni por sus inclinaciones. Ya mucha sangre ha corrido en la historia debido a diferencias políticas, religiosas y raciales. Que no sea la diferencia de género una razón más para el sufrimiento de un ser humano.