domingo, 24 de febrero de 2008

El ser humano occidental se encuentra en caída libre hacia la decadencia: la injusticia y el sin sentido se han hecho normales a nuestros ojos

Antes que todo, ciertas precisiones: primero, hago alusión al hombre occidental específicamente, ya que desconozco la realidad de culturas distintas a ésta, tales como las de oriente extremo, oriente medio, África, etc. Segundo, menciono una caída libre a la decadencia, y no de un estado de decadencia, ya que creo que aun no hemos tocado fondo, mas para ello no falta mucho. Por último, desde ya y como siempre, ofrezco disculpas por el desorden que pueda existir en la exposición de las ideas, ya que cuando la indignación es grande, la redacción sufre por la necesidad de expulsar una metralla de ideas.
Entrando propiamente al tema, deseo llamar la atención e intentar desde esta más que humilde tribuna sacudir conciencias y llamar a una reflexión verdadera de cómo la justicia se ha convertido en una rara avis, y la injusticia se ha hecho la regla general. De cómo el sentido común ha desaparecido de nuestras mentes, siendo reemplazado por el más absurdo y perverso sin sentido.
Existen en el diario vivir situaciones alarmantes, inhumanas, inconcebibles, indignas incluso de la más vil de las criaturas que hayan existido o puedan existir, y que sin embargo son, para nosotros, tan normales y tan cotidianas, que ya ni siquiera logran asombrarnos. A lo más una pequeña exclamación motivada más por la curiosidad que por la indignación que debería generar la injusticia que gobierna nuestro mundo.
Como ejemplo, y para dar pie a una reflexión posterior, quiero referirme a una noticia aparecida en la prensa hace algunos días. es una noticia más dentro de muchas similares, pero creo que representa a cabalidad la idea de inmoralidad e injusticia que deseo exponer: una mujer de nuestro país, una mujer anónima como millones más, murió. Y no sólo murió, sino que nadie se enteró de su muerte sino hasta dos meses después de producida ésta. Una criatura humana, el orgullo de la creación o si se prefiere, el exponente máximo de la evolución. Un ser único, irrepetible, una mujer nacida libre e igual en dignidad y derechos a todos los individuos de la especie humana, dejó este mundo sin que a nadie le importara un carajo. Ello en sí mismo es indignante, pero no es todo. Al morir se encontraba agobiada por las amarguras que conlleva la pobreza, agobiada por las deudas. Junto con ello debió enviar, poco antes de morir, a sus hijos a vivir con parientes de otra ciudad, ya que su miserable situación le impedía otorgarles la más mínima subsistencia. Murió sola, triste, pobre, abandonada.
Es posible que todo el relato anterior no le haya conmovido en lo más mínimo, o que a lo más haya usted pensado "qué lástima". Y es precisamente ello lo que necesito denunciar ¡¡¡Cómo es posible que el hecho de que una vida humana se haya extinguido llevándose consigo nada más que sinsabores y amarguras sea "normal"!!! Si la oportunidad de tener una vida es única e irrepetible, más allá del premio de consuelo de la "vida eterna" que nos regaló el clero para hacer más llevadera la miseria humana (miseria que por lo demás es el anverso de su histórica opulencia), entonces debemos concluir que no es posible que una persona a la cual la sociedad debía y no podía menos que ayudar a lograr el fin último que supone la búsqueda de la felicidad, haya muerto en tales condiciones y además haya caído en el más indigno de los olvidos.
¿En qué momento nos volvimos tan materialistas, tan individualistas, tan ciegos? ¿Cómo fue posible que la virtud máxima de veneración generalizada sea la posesión de riquezas, por sobre el conocimiento, la superación espiritual, el amor fraternal por nuestros humanos congéneres?
La pobre mujer, cuyo paso por este mundo fue tan nefasto que quizás habría sido mejor que nunca hubiera pisado este valle de lágrimas, es solamente un ejemplo. Un botón de muestra que es parte de una generalizada realidad. Millones de hombres y mujeres de la única patria real, que no es otra que la humanidad toda, día a día llevan existencias miserables e infelices, sin que ello nos interese un bledo. Personas que trabajan de sol a sol, de lunes a lunes, postergando familia, superación personal, a cambio de las migajas que caen de la abundante mesa del sistema, de la cual sólo pueden comer unos cuantos elegidos. Claro que sí, los que de verdad y con propiedad ocupan un sitio de comensal en esta opípara cena que ofrece el sístema, son solamente una pequeña minoría. Nosotros tampoco somos del grupo de los comensales, no seamos ilusos, sólo estamos ubicados en una parte bajo de la mesa donde las sobras son un poco mejores, pero sobras al fin.
Una persona trabaja como esclavo para ganar una cantidad que con suerte le servirá para comer mal, vestir peor, y sobrevivir, ya que el vivir es un lujo que les está vedado. Y ello para nosotros es normal. Niños mueren de hambre, personas mueren en los pasillos de los hospitales, personas viven en la calle. Y ello se ha vuelto indignantemente normal. No nos asombra, y muy por el contrario, a veces incluso nos hace decir que lo merecen, o que "es lamentable, pero qué puedo hacer yo", y le cambiamos al canal para ver las informaciones sobre el fútbol. En el otro lado de la moneda encontramos personas que por hacer nada reciben todo. Es una inmoralidad que una "señorita", por no decir lo que realmente son, gane cuatro millones de pesos por mostrar sus glándulas mamarias y sus asentaderas mientras toman sol en una playa durante diez días. A todos los hombres nos gusta una mujer bonita, pero ¡por favor, abramos los ojos! En caso alguno es tolerable que la escala de valores de la sociedad esté tan trastocada que mientras unos sudan sangre por una miseria, otros por una sonrisa reciban cifras astronómicas de dinero. Quizás a todos les parezca normal, y ello se debe a que son unos simples corderos parte del rebaño organizado por quienes controlan los hilos del sistema.
Soy un gran seguidor del fútbol, me deleito con una gambeta bien hecha o con una atajada increible, pero estimo que no es posible que un entrenador, un hombre que trabaja 4 horas diarias, reciba 13 millones de pesos mensuales. Muchos podrían decir, tal como el aludido lo hizo "es que yo genero esa cantidad, por eso la merezco". Vale, lo concedo, pero ¿es que acaso los trabajadores de las salmoneras, del cobre, del retail, de los hiper mega mercados no hacen lo mismo, y sin embargo reciben una miseria? ¿Cuál es la diferencia entre la riqueza que genera un trabajador y lo que efectivamente recibe a cambio como remuneración? Esa diferencia es un abismo, y ese abismo es perfectamente normal para nosotros. Y ¡ay de aquel que pronuncie una palabra contra la injusticia del sistema! ya que de inmediato es acreedor del anatema de los tiempos modernos: se le da el mote de "resentido". En la edad media la forma de desacreditar a un contrario era lánzandole un anatema, amenazandolo con la excomunión para que así sufriera el descrédito y el escarnio público. Hoy se le dice, con la mayor sorna y expresión de asco posible "es un resentido". Y en esta sociedad ser un resentido es peor que sufrir por la lepra, las personas se alejan del "resentido" ¡no vaya a ser cosa que los demás crean que también son resentidas, dios nos libre de ello!
Hemos dejado de ser seres pensantes y racionales, y nos hemos todos convertido, quien más quien menos, en marionetas del sistema, en miserables ovejas que por ningún motivo se apartarán del rebaño, en patéticos ratoncillos que seguimos ciegamente al flautista que nos embruja con su música.
¿Los avances tecnólogicos, la globalización y el crecimiento de las riquezas han hecho disminuir la miseria de nuestro mundo? Definitivamente no. De hecho lo más probable es que las desigualdades hayan aumentado. Lo que ha cambiado definitivamente es la conciencia que tenemos de nuestro miserable estado. El sistema imperante es una maquinaria perfecta, a la cual no se le escapa detalle alguno. Por ejemplo, una persona puede no tener qué comer, puede ser explotada en su trabajo y tener cero vida familiar, pero está demasiado entretenida enterándose de con cuantos futbolistas se acuesta una modelo, o de si habló o no una mocosa de 17 años, hija de una reputada bataclana de nuestra fauna televisiva, cuya mayor virtud es hacerle daño a la mayor cantidad de gente posible y cobrar por ello. Los medios de comunicación se han encargado de tener a las personas en un trance hipnótico permanente, que les hace incapaces de notar su miseria, y con mayor razón la miseria ajena. Les dicen a las personas que pueden tener todo cuanto deseen en lo material, sólo deben venderle el alma a un banco (el diablo de nuestra era), con el cual estarán endeudados de por vida. Porque la felicidad esta en tener, no en ser. Ser y ser feliz es gratis, por lo tanto no es negocio para el sistema.
Los individuos que componen la masa no sienten, no piensan, no cuestionan, sólo hacen lo que el sistema impone y permite. Y la solución jamás vendrá del propio sistema, ya que las instituciones humanas como los partidos políticos, la iglesia, entre otros, son parte integrante y esencial de este macabro concierto.
Amigas, amigos, ¡despertemos! ¡rebelémonos contra la injusticia! NO se trata de que tengamos que repartir lo nuestro para que todos tengamos lo mismo, como estupidamente plantean quienes caricaturizan a los movimientos de izquierda, sino de que cada quien, en base a sus merecimientos pueda optar a ser feliz. Que nunca más el hambre, la muerte, el sufrimiento sean algo normal y tolerable. No se trata de una perorata moralina, sino de una actitud frente a la vida, en que actuando en forma consciente y consecuente podemos hacer mucho más de lo que creemos.
Aspiro a un mundo en que las personas puedan trabajar y desarrollarse como individuos, en que puedan disfrutar de una vida familiar plena, en que todos puedan tener acceso a las artes y a la cultura, a las ciencias o a cualquier materia que le provoque inquietud. Un mundo en que este sueño que es la vida sea una experiencia hermosa, y no una cruel pesadilla. Puede ser una utopía, puede que jamás lo logremos, pero ello jamás será una excusa para dejar de sentir coraje y asco frente a la injusticia.
John Donne dijo "La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque soy parte de la humanidad". Yo a la muerte agregaría la tristeza, la miseria y la frustración. Que la sed de justicia jamás les abandone hasta que sea saciada por completo. Que así sea.

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